HABLEMOS DE COSAS COTIDIANAS.

“Ni se te ocurra derrumbarte. Tú, fuerte. Fuerte. Tú, fuerte. Tienes que poder con esto. Tienes que ser fuerte. No vale rendirse. No necesitas llamar a ningún psicólogo. Eso es para nada. Tú adelante. Eres fuerte.”

 

Con este comentario os planteaba, hace pocos días, una reflexión.

Si seguís los posts de Facebook, podréis percataros de diferencias en el enunciado. Pero tranquilxs, este no es un artículo más sobre por qué es importante la psicología. A veces pienso que la justificación constante de nuestra profesión se ha convertido en parte del problema, así que de nuevo: tranquilidad. Simplemente he querido ser fiel al mensaje, ya que ésta es una afirmación real, en un contexto de lo más cotidiano.

Hace un par de días estaba en el supermercado y, rodeada de frutas y verduras, una persona hablaba por teléfono con otra, transmitiéndole dichas palabras. Una situación cotidiana… con una afirmación también cotidiana. Porque estoy segura de que, al menos de forma similar, todxs la habremos escuchado o dicho alguna vez. Sin embargo, esta comunicación tan 'común', a mí me planteó muchas preguntas.

¿Qué ocurre si me derrumbo? ¿Por qué tengo que ser fuerte? ¿Qué significa ser fuerte? ¿Significa seguir adelante, a pesar de todo? ¿Qué pasa si decido rendirme? ¿Por qué no puedo pedir ayuda? ¿Qué hay de malo en ‘parar’?

Vaya… ¡Qué preguntona soy!

Eres fuerte.

Partamos de la base de que, cuando lanzamos un mensaje como éste, la intencionalidad es clara: queremos demostrarle a la persona que confiamos en ella, recordarle que tiene herramientas y habilidades muy valiosas, y además, ayudarle a relativizar el problema. Así que una parte de mí pensó: “qué genial poder contar con alguien que te sostiene de esa forma”. (Ya hemos hablado en otro post sobre la importancia de la amistad y su papel en nuestra salud y bienestar).

Considero que este tipo de afirmaciones, ante las pequeñas dificultades de la vida cotidiana, pueden ser verdaderamente útiles y cumplir con la función que tenían destinada. Sin embargo, ante ciertas circunstancias más complejas, a mí este mensaje me transmite un matiz incómodo…

“J***r, ¡qué presión!”, pensé entonces.

Y si no soy fuerte... ¡¿qué?!

Imagina que estás de mudanza. Intentas cargar con un armario tú solx, pero no puedes. En ningún momento se te ocurre flagelarte por no tener fuerza suficiente. Esa capacidad física queda reservada para unos pocos... En ese caso, llamas a varios amigxs o a una compañía de mudanzas, para que la carga quede compartida.

Objetivo conseguido. Simple, ¿no?

 

¿Y por qué nos tratamos de forma diferente cuando hablamos del plano personal?

A nivel psicológico y emocional, tenemos la mala costumbre de exigirnos mucho a nosotrxs mismxs y, si no lo hacemos, la sociedad se encargará de hacerlo por nosotrxs. (¡Ojo! Sin darse cuenta).

Estamos inmersos en la cultura de la sonrisa, donde los valores van en la línea de estar siempre alegres y permanecer siempre ‘fuertes’, a pesar de los pesares. No valoramos los tonos grises como una parte más de la vida, también necesaria. Por lo tanto, ni los normalizamos, ni los permitimos. Tampoco nos planteamos que el desistir a veces sea la mejor opción o que tomar una parada estratégica pueda ser sinónimo de fortaleza. Si no podemos, si estamos mal… sumamos carga haciéndonos daño con nuestra propia exigencia.

En serio, qué presión.

Estoy agotadx, ¿puedo parar?

Creedme, confío plenamente en la capacidad de las personas para conseguir sus objetivos y resolver sus problemas. Todo mi trabajo y mi forma de ver la vida parte de esa base. Digo más; me encanta la gente soñadora, que piensa a lo grande y que lucha insistentemente por lo que le hace feliz… Pero amigas. Amigos. Con los pies en el suelo: reorganizando rutas, permitiéndonos las paradas y cambiando de rumbo si el paisaje nos desagrada.

 

¿Por qué no atendemos a lo que nos hace bien o nos hace mal? ¿Por qué simplemente tenemos que aguantar?

Podemos ampliar nuestro marco de opciones y, cuando las cosas nos superan, valorar que a veces lo mejor es parar. Y esa parada no tiene que ser sinónimo de rendición, de olvidar una meta. (¡Que tampoco pasaría nada! Todo el derecho, eh). Todo lo contrario, puede ser un espacio donde nos demos permiso. Permiso para dar cabida a (¡todas!) nuestras emociones, permiso para descansar y recuperar energía, permiso para valorar y reorganizar nuestros objetivos… Para mí, esas paradas, ese permitirnos estar mal de vez en cuando, es sinónimo de fuerza. Porque si somos inteligentes a la hora de permitirnos, podremos continuar avanzando sin dejarnos por el camino.

Está bien así.

Quizás es difícil de asimilar, pero en la vida no siempre podemos y no siempre aguantamos. Otras veces simplemente no queremos. De modo que estaría bien que nuestro alrededor nos diga: “no pasa nada”, “está bien así”. Sería genial poder sentirnos libres de presiones, de ideas sobre cómo tendríamos que ser o cómo deberíamos estar.

 

Por lo tanto… Amigo. Amiga.

No pasa nada.

Está bien así.

 

...

Elena López.

 

1 comentario en “”

  1. A veces es bueno abandonar los remos y dejar que la barca nos lleve. A veces hay que decir, me bajo de este tren , que siga sin mí. A veces decir, me rindo! para tomar impulso
    Ana

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