Como si de un cuadro colgado en la pared se tratara, me crucé con una ventana.
Qué bonito sería encontrar este tipo de vistas en mi casa. El cielo, el horizonte… y el mar. A veces acabo pensando que sería necesario abrir ventanas así, que transmitan paz, tranquilidad… Al observar a través de ella incluso da la sensación de poder respirar mejor, como si todo el ruido de fuera (y de dentro) fuera enmudecido, y eso permitiera al aire encontrar un camino más sencillo hacia los pulmones. Se puede sentir… El aire. Y la tranquilidad que llega con la respiración. Y la belleza de toda esta vida que a veces resulta tan difícil de vivir.
Me gusta esa sensación. Sí, definitivamente. Quiero estas vistas en mi ventana. Aunque también me planteo que esta obra de arte no se mantendrá igual que hoy, cada mañana. El mar no siempre está dispuesto a bailar un vals, el horizonte no siempre se presenta de forma clara, y el cielo no siempre irrumpe desnudo y repleto de calor.
Bueno, ciertamente eso no supone un problema. La naturaleza, en todas sus formas, es algo que siempre me ha resultado asombroso y bello. Sería igualmente maravilloso ver el horizonte escondido tras un mar enfurecido, que baila con las rocas y vuela en forma de espuma. Y que el cielo se vista de gris y orqueste su sinfonía particular es algo que a menudo consigue dejarme boquiabierta.
Es curioso, este cuadro se transformaría día a día, pero lo observaría con cariño y admiración, aunque el pronóstico meteorológico cambiara. Apuesto a que muchos también lo haríais… La Tierra en estado puro. Natura querida por su naturaleza. Qué fácil…
Y qué difícil para nosotros asumir nuestro propio paisaje personal. A veces me gustaría que fuésemos capaces de observarnos, a nosotros mismos y a nuestra vida, con la misma admiración que a esta imagen. No alcanzamos a ver esa belleza… y tampoco somos tan diferentes. Nosotros también somos cielo, horizonte y mar. Podemos tener las cosas más o menos claras, estar más o menos dispuestos, positivos, “soleados”… Nuestras emociones y pensamientos nos tiñen de un color diferente cada día. Cambiamos, variamos… como el tiempo.
Lo desafortunado es que, a veces, nuestro propio paisaje nos empacha, nos aburre, nos cansa… Deseamos cambiarlo y, si no lo logramos, cerramos la ventana. Curioso… Aunque, bueno, imagino que uno también se cansa de la lluvia aunque sepa que hay sequía.
Ventanas… y paisajes tras las ventanas. Qué duro para Natura mostrar todo su abanico y que no nos guste, que nuestro propio paisaje no tranquilice, no acompañe… Qué duro cerrar las ventanas. Qué duro que nos quedemos confinados entre cuatro paredes por no querer ver la luz que hay fuera (o dentro), porque hoy no nos gusta la tonalidad. Qué duro. Y qué injusto. Tener un cuadro vivo, bello, cambiante… y no querer mirarlo.
Quizás solo nos hace falta comprender que el paisaje, sea como sea, es cuanto menos asombroso. Que da igual cómo se presente hoy, porque el aire se siente igual. Se disfruta igual. Porque aunque parezca complicado, la brisa alcanza invariablemente tus pulmones y tranquiliza tu vida…
Solo recuerda: si quieres que el aire entre, las ventanas deben permanecer abiertas.
Elena López.



