Imagina que estás de mudanza. Intentas cargar con un armario tú solx, pero no puedes. En ningún momento se te ocurre flagelarte por no tener fuerza suficiente. Esa capacidad física queda reservada para unos pocos... En ese caso, llamas a varios amigxs o a una compañía de mudanzas, para que la carga quede compartida.
Objetivo conseguido. Simple, ¿no?
¿Y por qué nos tratamos de forma diferente cuando hablamos del plano personal?
A nivel psicológico y emocional, tenemos la mala costumbre de exigirnos mucho a nosotrxs mismxs y, si no lo hacemos, la sociedad se encargará de hacerlo por nosotrxs. (¡Ojo! Sin darse cuenta).
Estamos inmersos en la cultura de la sonrisa, donde los valores van en la línea de estar siempre alegres y permanecer siempre ‘fuertes’, a pesar de los pesares. No valoramos los tonos grises como una parte más de la vida, también necesaria. Por lo tanto, ni los normalizamos, ni los permitimos. Tampoco nos planteamos que el desistir a veces sea la mejor opción o que tomar una parada estratégica pueda ser sinónimo de fortaleza. Si no podemos, si estamos mal… sumamos carga haciéndonos daño con nuestra propia exigencia.
En serio, qué presión.
A veces es bueno abandonar los remos y dejar que la barca nos lleve. A veces hay que decir, me bajo de este tren , que siga sin mí. A veces decir, me rindo! para tomar impulso
Ana